Cuestión de intentarlo

domingo, 9 de diciembre de 2007 0 comentarios
¿En qué momento nos damos cuenta de que necesitamos expresarnos? ¿Cuál es el lugar, el tiempo, la acción, la palabra o el pensamiento concreto que nos lleva a experimentar el deseo de compartir con los demás nuestro más profundo mundo interior? ¿Es magia? ¿Es soledad? ¿Qué hace que el alma no tenga miedo a exponerse, incluso a ser dañada? Responder a cualquiera de estas interrogantes podría convertirme en una Gurú de la Escritura. Pero, desgraciadamente para mí -y para mi cuenta corriente-, no gozo de tal sabiduría.

Lo que es innegable -y por ende no me podéis negar- es que el momento exacto en el se aparece ante tí dicha necesidad, todo cambia, el mundo en el que vivías sufre una ligera -aunque notable- transformación y todo lo que antes aparecía inadvertido ante tu existencia, cobra importancia -y, a veces, protagonismo-, convirtiéndote en un nuevo ser, en una nueva expresión de tí mismo.



Pero -los malditos peros-, es complicado mantenerte siempre en ese mismo estado de pletórica lucidez, en ese perfecto climax interno de inspiración y constancia, en ese ánimo incorrumpible de que tus pensamientos no son inferiores a otros. Porque sí, la mente juega malas pasadas y es capaz de hacerte sentir insignificante dentro de este mundo de locos y desdichados. Sin embargo, ¿no somos el conjunto de esos seres pequeños e insignificantes los más capacitados para cambiar el mundo? ¿No es posible que muchos pequeños pensamientos manifiesten algo que la masa general manipulada no es capaz siquiera de advertir?

Por ello apelo a mi lucidez, a mi constancia y a mi autoestima, para que no me abandonen, para que me apoyen en mi lucha por la expresión interior, para que me permitan sentirme realizada -y no manipulada-, para que aviven mi otro yo.

No prometo nada pero, que nadie me diga que, al menos, no lo he intentado.

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